La cultura comercializada masivamente, advierte Parenti, nos aparta del pensar demasiado en cosas más importantes. Entretenerse es más fácil que sentirse informado. Cuando se quiere entretener a todos se busca el más bajo denominador común. Entonces, 

“Los gustos del público se convierten en algo armónico con la cultura basura, las ofertas de lo inútil, lo grosero, lo tremendamente violento, lo estimulante de momento y lo desesperadamente superficial. Estos contenidos a menudo tienen un verdadero contenido ideológico. Incluso si fuera supuestamente apolítica, la cultura del entretenimiento (…) es política en su impacto, propalando imágenes y valores que tienen que ver con lo sexista, racista, autoritario, materialista y militarista”

 Nótese que lo que plantea el autor es la idea inversa a la que supone una industria del entretenimiento complaciente con los intereses populares. Es el suministro el que crea la demanda. Hay todo un conjunto de razones,  diferentes al gusto popular, para determinar el proceso de selección de un programa televisivo, o de los libros que acepta una librería.

 En este último caso, la industria editorial, dominada por unas pocas poderosas sociedades, impone una censura. Los libros que estas grandes editoras publican tienen mucha más posibilidad de distribución, propaganda y ubicación en bibliotecas y estantes que las pequeñas editoriales. El mundo del arte no es algo aparte del mercado del arte, del mismo modo que – diría yo- la producción de literatura no es algo aparte del mercado literario.

 La influencia de la ideología dominante no se limita al ámbito cultural. Muchas investigaciones científicas se divulgan y subvencionan de acuerdo a marcados intereses comerciales.  Así, las compañías de tabaco financian investigaciones que afirmen que el cigarro no hace daño; las petroleras a aquellas según las cuales el calentamiento global es un cuento de hadas; la industria química, por su parte, preferirá los estudios que demuestren las bondades de los pesticidas.

 En plena armonía con la Historia popular de la ciencia, de su coterráneo el historiador Clifford D. Conner, Parenti recuerda las muchas veces en que los científicos se han puesto al servicio de determinadas ideologías. Ciencias como la psiquiatría se han mostrado como efectivos mecanismos de control.

 Durante siglos no pocos hombres, detentando el poder y la autoridad que confiere el halo de las Ciencias Medicas, han declarado a las mujeres seres inferiores y a los negros deficientes morales y mentales .

 A finales del siglo XIX y todavía en el XX, se inventaron enfermedades como la ninfomanía y la dependencia masturbatoria. También en esta época se creía que la histeria era una enfermedad causada por el útero, al punto que eminentes doctores como William Goodell aconsejaban la extirpación de este órgano femenino como medida más efectiva.

 El eminente psiquiatra Benjamin Rush, entendía la cordura como “la práctica de hábitos regulares”, mientras la locura era “todo lo contrario” (dudo que alguien encuentre una mejor justificación para reprimir cualquier manifestación contra el orden establecido). Según el padre de la psiquiatría americana, el mejor remedio para la demencia era la flagelación, el terror, el uso del “miedo acompañado de dolor y el sentimiento de vergüenza” (¿y existirá alguna justificación más adecuada para la tortura?); de hecho, afirmaba Rush, la inmovilización total y el confinamiento de las partes del cuerpo producía efectos tan tranquilizantes en el paciente que el prestigioso científico se había deleitado aplicándolos.

 Pero si los casos de los sabios Goodell y Rush aun no le parecen suficientes, habrá que  mencionar el resultado de una investigación que en 1851 publicó el doctor Samuel Cartwright titulada  Informe sobre enfermedades y peculiaridades psíquicas de la raza negra, donde concluía que la drapetomania, es decir aquella extraña enfermedad que motivaba a los negros a huir de la esclavitud, “era un desarreglo como cualquier otra alienación mental, y mucho mas curable, como regla general.”                                                                                   

La cura que proponía el doctor, basado en sus rigurosas investigaciones era la aplicación de latigazos para los primerizos y, en caso de reincidencia (imagino que por ser un estado de empeoramiento de la enfermedad), el corte de orejas, los grilletes, el hierro caliente o la castración.  

 ¿Y que decir de la adición que hizo, en 1952, la Asociación Americana de Psiquiatría de la homosexualidad a la lista de enfermedades emocionales en su Manual de Diagnóstico y Estadística de Enfermedades Mentales? Ahora a los homosexuales se les podía discriminar sobre la base de criterios científicos, a pesar de que en el citado Manual no se explicaban esos mismos criterios. Eso sí, como los programas de modificación del comportamiento, el confinamiento institucional, los medicamentos, y la cirugía del cerebro no habían logrado curar la homosexualidad, se concluyó que esta era una enfermedad bien difícil de tratar.

 Apunta Parenti que ni la inclusión en aquel año, ni su exclusión en 1974 tuvieron nada que ver con la ciencia:

 “La lista de 1952 fue la respuesta a una cultura homofóbica y a una larga práctica dentro de la psiquiatría. Y la decisión de 1974 de quitarla de la lista fue la respuesta a la lucha política llevada a cabo por los gays contra esa cultura homofóbica. Ambas decisiones demuestran : a) cómo los sesgos culturales penetran en los sistemas de creencias, incluyendo los sistemas científicos que presumen de estar libres de sesgos culturales, y b) cómo la cultura no siempre es un concepto fijo e inmutable, sino que a veces la puede cambiar una agitación consciente y organizada”

 El etnocentrismo y el imperialismo cultural son temas que no escapan a la mira de Parenti. El etnocentrismo es la tendencia a considerar a los demás de acuerdo con las características preferidas de nuestro propio grupo, con el consecuente desprecio cuando “el otro” se muestra diferente a nosotros; el imperialismo cultural, por su parte, es el aliado del imperialismo político-económico: el saqueo, la conquista, las guerras, la expropiación de tierras, de trabajo, de capital, de recursos naturales, de mercado, en fin, el peso del poderío militar de una nación descargado sobre otra, trae como consecuencia la perdida de modos de vida, de ritos, artes, costumbres, mitos, música, dioses e idiomas.  En una palabra, el imperialismo cultural es la imposición de nuestra cultura, y lleva por tanto una alta dosis de etnocentrismo.

 Muestras de etnocentrismo son las guerras de religiones, la masacre de los cristianos a los judíos, la lucha entre musulmanes y cristianos, las matanzas entre chiíes y suníes, el proceso de colonización industrial en las poblaciones indígenas, las expropiaciones de obras de arte o la supuesta inferioridad del “África más oscura”.

 Parenti muestra no obstante una posición equilibrada a la hora de juzgar en práctica ambas nociones. El error de muchos teóricos es pretender resolverlo todo con teorías, discursar con fórmulas, desprender consecuencias no de la realidad, sino de sus notas, de sus lecturas. Si la realidad contradice criterios bien establecidos, entonces hay que revisar esa realidad. De este modo, es muy fácil llegar al dogmatismo.

 De ahí que el profesor se muestre escéptico ante la suposición radicalmente opuesta al etnocentrismo  de considerar que cada cultura es feliz con sus tradiciones. Declarar que  sociedad con un alto grado de injusticia social debe comprenderse desde sus propias pautas, y por tanto que hay que abstenerse a juzgarla es en sí mismo un acto de injusticia.

 La sociedad islámica puede tomarse por ejemplo. El estricto puritanismo y la misoginia reinante generan un nivel de estrés que se estima la causa del más alto nivel de accidentes de tráfico del mundo, así como de los extraordinarios porcentajes de diabetes y de la alta tensión sanguínea.   

 “Como cualquier sociedad en la que hay una represión intensa, en Arabia Saudí existe gran cantidad de hipocresía. Por ley y por principios religiosos a nadie le está permitido tener una antena de televisión por satélite. Sin embargo  el país es el mayor consumidor de televisión por satélite de Oriente medio. Por ley y por principios no puede haber bancos que cobren intereses, no obstante el 90 % de los bancos saudíes están basados en el sistema de intereses. Por ley y por principios las imágenes y practicas sexuales deben estar fuera de la vista y de la mente, pero los hombres ven pornografía en internet en forma regular” 

 En fin, que respetar otras culturas no significa aceptarla en todos sus aspectos, concluye Parenti, que examina luego con detalle las terribles injusticias cometidas contra las mujeres, la esclavitud infantil, las violaciones incestuosas, el matrimonio heterosexual como institución fundamental de la civilización, aunque todo indique lo contrario, los mitos racistas, el hiperindividualismo, las ventajas y desventajas de la New Age, las nociones de “paradigmas”, “objetividad” y “opinión disidente”, entre otras. Siempre nos ofrece el autor datos sorprendentes, sucesos inesperados, realidades que a pesar de su actualidad nos parecen las más crueles pesadillas.

 La obra de Parenti nos invita a movernos a contracorriente, a resistirnos a las falsedades de una cultura cuya trivialidad  no es para nada inocente, y detrás de la cual siempre ocultarán su rostro  la ideología y el poder.